Milagros en diciembre
El invierno había
llegado, los copos de nieve cayendo con una leve llovizna era producto de las
gélidas temperaturas y cada vez iban más en descenso. Llevaba consigo un sentimiento
de tristeza que era imposible evitar por completo, aquella estación era desconsolada
y opaca, por lo que, Parker se sentía cada vez más miserable.
La navidad era una
celebración que emocionaba a mucha gente. Algunas familias salían a cenar, permanecían
en sus hogares bailando villancicos o volvían a reencontrarse con seres
queridos, sin embargo, Parker estaba vagando por las orillas del río
sosteniendo un libro que era bastante grueso y pesado, al compás de observar a
las demás personas ser felices en épocas navideñas, mientras que él no lo era.
Y al no perder de
vista cada pequeño movimiento que pasaba frente a sus ojos, su mente consiguió
introducirse en la corriente del agua hasta recordar esa mañana donde su abuela
le propuso el viaje que siempre había deseado: visitar la ciudad después de
vivir en un condado. Disfrutó de un nuevo aire que él esperaba sentir desde hace
tiempo, pero no estaba en sus planes que su abuela comenzara a sentirse mal. Se
sintió tan mal que tuvo que llevarla a un hospital. En la urbe. Que solo
conocía por fotos o videos. Eso conllevó una odisea para llegar al hospital más
cercano, hasta que la luna fue el único testigo de las lágrimas derramadas en
aquella habitación. Solo vino a su mente el característico ruido del monitor
indicando que el corazón de su abuela dejó de latir.
Y en ese momento
adquirió un nuevo estilo de vida que hubiera querido no tener. Parker comenzó a
ser despiadado y egoísta, pero muy en el fondo era débil y sensible, porque lloraba
por cualquier mínima situación que implicara sus emociones. Empezó a ver cosas
que no podía, empezó a oír cosas que antes no podía escuchar, empezó a sentir
sensaciones que jamás había percibido. Tratando de encontrar una respuesta a
todo esto, de vez en cuando analizaba profundamente su situación, pero no
encontraba una respuesta coherente.
Cada copo de nieve era
una lágrima que salía de su rostro, Parker era la única persona que estaba
vagando completamente solo en Navidad queriendo volver a oír esa voz que lo
hacía sentir querido, amado, lo hacía sentir increíble. Por más que abría sus
ojos para poder ver esa silueta femenina que por años lo acompañó, no podía
verla.
Por un momento todo
comenzó a transcurrir en cámara lenta, el tiempo se suspendía, las personas
caminando se detenían, los árboles moviéndose por el viento estaban quietos, la
brisa que corría de un lado a otro estaba inmóvil, todo se había detenido. Parker
supo que algo se avecinaba.
Desorientado, abrió el
libro de lectura que sostenía entre sus manos como un tesoro, su tacto firme
era como el calor de una vela en invierno. Sentado en una de las bancas que cerca
al río estaba recitando un poema en voz alta, examinaba cada poética palabra solía
hacerlo su abuela para él hace un año, cuando era feliz sin notarlo.
Muy en el fondo de su
corazón quería volver a sentir ese sentimiento como si ella estuviera a su lado
acariciando su cabello, sintiendo sus brazos rodearle los hombros, pero
sobretodo ese calor que desprendía de su cuerpo, sin embargo, no sentía más que
su helada anatomía tiritando en medio del lugar.
Entonces, deseó con
todas sus fuerzas volver a verla, tener más tiempo con ella, envejecer con
ella, tomar sus manos arrugadas y decirle cuánto la amaba, justo después de ese
momento el cielo empezó a llorar. Gotas gruesas cayeron sobre el manto
mezclándose con las lágrimas acumuladas en sus mejillas.
Y volvió a oler ese
característico aroma.
Cuando se giró se
encontró con la sorpresa más grata que la vida le pudo dar.
Ahí estaba su abuela
con los brazos abiertos esperando el abrazo de Parker, quien empezaba a
sollozar e instantáneamente los copos de nieve empezaron a caer con más fuerza
que antes, haciendo del momento uno maravilloso.
No podía articular movimiento
por el aturdimiento tan grande que tenía, así que sin pensarlo empezó a llorar
y sus lágrimas se convertían en escarcha reposando en sus mejillas, las cuales
ya estaban rojas del frío. Rápidamente fue corriendo a esos brazos que tanto
había extrañado y se sintió como el abrazo más fuerte después del peor día de
la historia, el calor de una manta después de estar en el frío, el aroma de una
vela recién encendida en el invierno, el sol que aparece después de un largo
día de lluvia.
Se miraron a los ojos
encontrando ese eterno brillo después de una larga espera, era como el brillo
del rayo de sol que cayó sobre ellos. Ahora estaban juntos como las dos
personas diferentes que sin duda ser raros y anormales fue lo mejor que les
pudo pasar. Sin saberlo, Parker se deshizo de la debilidad al reencontrarse con
su abuela, por lo que volvía a ser un ser humano normal.
Juntos caminaron
abrazados hacia la oscuridad de la noche con una sonrisa pintada en sus
rostros, adentrándose a un mundo diferente, otra dimensión en la que él estaba
destinado a estar, siendo, por primera vez, felices en Navidad.
Parker había
confirmado que los milagros en diciembre sí existen.
Kamila Castillo nació en H. Matamoros, Tamaulipas en el año 2007, actualmente
cursa el primer semestre de preparatoria en su ciudad natal, donde disfruta escribir cuentos en la materia de taller de lectura y redacción. Gusta de leer misterio y fantasía, así como el suspenso y de vez en cuando un poco de terror. Admira a Edgar Allan Poe por su peculiar forma de redactar sus cuentos y novelas. Ha publicado en revista delatripa: el narratorio, Revista Sombra del Aire, próximamente Revista Mimeógrafo y algo más.
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